Vivimos una época muy difícil. No estoy hablando de la crisis económica, de la precariedad educativa y laboral ni del temido terrorismo, estoy hablando de la crisis ideológica que tan duramente no esta azotando. Los grandes ideales que durante siglos guiaron los esfuerzos de cambio han sido retorcidos de tal manera que reconocerlos se ha convertido en una tarea imposible.
Siempre he creído en la provocación como una manera increíblemente eficaz de motivar a las personas. La armonía es una meta muy bonita pero siendo sinceros el ser humano saca lo mejor de sí durante una disputa. Sin conflicto no hay desarrollo. No quiero decir que defienda las guerras, hecho deleznable en todos sus sentidos, sino que defiendo la controversia, el debate y las disputas como mecanismo de progreso. Sin embargo hoy en día la provocación se entiende como críticas feroces y despectivas que nada tienen que ver con el desarrollo. Hoy en día la provocación sólo significa duplicar tu share de pantalla mientras la masa ríe ignorante tu última ocurrencia.
Sin duda uno de los máximos exponentes de los ideales universales que citaba antes es la democracia. Y quizás por tal condición es por lo que ha sido el más pervertido y demacrado. No solo porque su actual aplicación sea una broma, de esto ya hablado otras veces y creo que no merece mucho más. La palabra demagogia lo dice todo.
Pero dejando a un lado que la democracia brille por su ausencia, en mi opinión el sistema actual es más perjudicial que ninguna dictadura. En una dictadura el enemigo está muy claro, el objetivo, la libertad, esta en las mentes de todos. Sin embargo en el llamado estado del bienestar en el que conseguir la felicidad (o un más bien un sucedáneo de ella) está al alcance de muchos el objetivo no esta tan claro. Y ahora más que nunca el objetivo sigue siendo la libertad. La verdadera libertad. La libertad de pensar, de soñar, de soñar. Aquella que jamás te puedan arrebatar. No soy el primero en decir que “La felicidad es la cárcel más insidiosa de todas” y espero no ser el último.
Hoy más que nunca necesitamos ver que lo que hemos logrado no es nada comparado con lo que podemos lograr. Que no debemos conformarnos y aceptar lo que nos rodea. Que debemos luchar por lo que es nuestro y no dejar que la asombrosa civilización que tan duramente hemos construido se estanque y caiga en el olvido.