Réquiem por un ciudadano mundial. Parte I
Hoy tenemos algo muy especial. A lo largo de la semana os iré dejando el último relato que he escrito. Se titula Réquiem por un ciudadano mundial, y está situado en un futuro muy próximo, desgraciadamente demasiado próximo. Espero vuestros comentarios, por supuesto que os guste.
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Dentro de poco ya no estaré aquí. Se que no me queda mucho tiempo. Pero no puedo irme sin antes haber dejado constancia de mi vida. Quiero creer que todo el sufrimiento y el sacrificio que he hecho han servido para algo y no se perderá entre la multitud de vidas que ha habido y habrá. Quiero dejar algo de mi que sobreviva mi marcha una vez ya no esté aquí. Y que todo esto sirva para que construyáis un futuro mejor que el presente en el que vivimos. No se si alguien llegará a leer esto, pero quiero creer que sí. Mi nombre es Lucas Solano y esta es mi historia.
I
Mi infancia normal no fue, pero tampoco fue nada especial. Crecí en los eufóricos años 20. Como parece que, últimamente, todo el mundo sufre algún tipo de amnesia colectiva os recordaré la vida de entonces. Los cambios habían sido tan progresivos que, para cuando la gente se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Hubo gente que sí lo vio venir, encabezaron protestas y organizaciones desde principios de siglo, pero como suele pasar fueron ignorados o silenciados y la gente seguía con sus vidas felices.
Cuanta razón tenía el señor Marx al señalar que la sociedad viene determinada por su economía. En los años 20, ésta había evolucionado hasta un neocapitalismo implacable, en el que las reglas del libre comercio estaban completamente implantadas. Las protecciones laborales que tanto sudor y sangre habían costado se habían ido diluyendo mientras la sociedad veía embobada el último Reality Show. Las débiles democracias surgidas en los siglos anteriores fueron degenerando hacia unas demagogias carentes de ideales y proyectos, arrodilladas al servicio de la oligarquía económica.
Recuerdo lo orgulloso que me sentí, pocas semanas después de mi decimoquinto cumpleaños. Anunciado en todos los medios de comunicación como el mayor logro de la historia: la ONU se convertía en el foro real de la gente. Mediante la elaboración de una constitución se organizaba como un estado soberano el cual se dividía en regiones todas ellas democráticas e iguales. Aunque esto hubiera venido de la mejor intención hubiera sido un fracaso ya que la humanidad no estaba preparada para una cosa así. Un estado común significa un nexo de unión, un sentir único y durante la historia las alianzas entre personas se han basado en la lucha a un enemigo común, si todos somos un mismo estado no hay enemigo y el estado se cae.
Pero aún con todo esto, después pudimos comprobar las verdaderas intenciones de esta nueva administración. En realidad se trataba de algo inevitable. Durante décadas la globalización había impuesto una cultura capitalista y alienadora en todos los rincones del globo, así que la nueva medida no hacía sino reafirmar dicha globalización y sobre todo, asegurarla. Con el tiempo lo vimos con claridad, el nuevo modelo no pretendía el entendimiento global sino la formación de una sociedad mundial que mantuviera el sistema capitalista y sobre todo a los que se alimentaban de este.
Yo fui educado en casa, tuve suerte. Si en el campo económico el cambio fue progresivo pero brutal en el educativo no fue muy diferente. La educación publica y gratuita había decaído en un pasatiempo encaminado a formar a multitudes complacientes mientras que la educación privada cada vez más inaccesible, se encaminaba a formar una élite con una capacidad de pensamiento similar a los anteriores.
Ante este panorama mis padres decidieron instruirme en casa y así la enorme biblioteca de mi ciudad y toda la red se convirtieron en mis atentos compañeros de clase. Esto me marco profundamente, en lo positivo ya que aprendí a valorar el saber y la ciencia, esos valores tan devaluados en la actualidad; y en lo negativo, haciendo que durante el resto de mis días me convirtiera en una persona introvertida y solitaria. No puedo asegurar el motivo, quizás sentía un cierto recelo por el resto de la gente o puede que me hubiera acostumbrado a la tranquilidad de las cada vez más vacías bibliotecas.
En el enorme escaparate en el que se habían convertido las ciudades con sus muros y carteles llenos de agresiva publicidad en la que todo valía, parecía que no había sitio para ellas.
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