Réquiem por un ciudadano mundial. Parte II
Seguimos con este ¿pesimista? relato. Si ayer no lo viste: Parte I
II
Pero todo esto, poco me importaba a mí, o posiblemente no fuera del todo consciente cuando, con mi recién estrenada mayoría de edad, entré en la universidad. No os podéis imaginar el cambio que supuso para mí. Ir a clase y conocer nueva gente suponía una ilusión que pocas veces había experimentado. Siguiendo la vocación que me había perseguido durante mis últimos años pre-universitarios me matriculé en Física en 2029. Estaba deseando conocer a mis profesores y compañeros de clase, debatir con ellos sobre tantas teorías y planteamientos. Hasta ese momento nunca había recibido una clase de nadie que no fueran mis padres o conocidos pero había leído multitud de libros y artículos. Nombres como Isaac Newton, Albert Einstein, Max Planck, Paul Dirac o Stephen Hawking eran para mí ilustres maestros.
Durante los últimos años, los estudiantes universitarios en general y de carreras de ciencias en particular habían disminuido enormemente. Para mi absoluta desilusión pude comprobar que los pocos alumnos que se decidían por esta opción no eran diferentes a lo que tantas veces había visto. Personas sin personalidad, sin rigor, cuya máxima preocupación era emborracharse noche tras noche. Pude comprobar como todas mis esperanzas se iban desmoronando una tras otra y así empecé mi periplo estudiantil.
Los profesores tampoco cumplieron mis expectativas, algo, por otra parte, bastante normal porque estas eran muy altas. El caso es que me encontré a un claustro anciano y desmotivado al que no le importaba lo más mínimo su clase, la cual era una simple excusa para poder cobrar sus abultadas nominas. El descenso en el nivel de la educación también había llegado al ámbito universitario.
Pero no todo fue negativo. Tras unas primeras semanas decepcionantes en las que la idea de dejar la carrera sobrevoló mi mente, mi mundo cambio por completo. Yo, tan centrado en la decepción que me provocaba el estado del organismo universitario, no había reparado en una hermosa joven que solía sentarse en las últimas posiciones. Un día, llegue tarde a clase y me senté al fondo al lado suyo. Al marcharse le pregunte si podía dejarme los apuntes de la clase y así empezamos a hablar y el tiempo se paro.
Pasamos horas conversando, por fin había encontrado lo que tanto tiempo había estado buscando: una persona que compartiera mis intereses y mis inquietudes. Nunca había conocido una persona tan agradable y con la que estuviera tan a gusto. Empezamos a vernos muy a menudo, quedábamos antes de las clases y poco a poco me fui enamorando. Alicia, que así se llamaba, fue mi primer y único amor.
Antes de conocerla, nunca me había interesado la política: estaba tan harto de engaños y discursos vacíos que me daba igual. Ella me mostró que había gente luchando por un mundo mejor, personas que querían una democracia real y no el absurdo sistema que nos aprisionaba. Juntos creamos la Plataforma Antiglobalización por la Justicia (PAJ), con la que pretendíamos concienciar a los estudiantes. Parecía una empresa imposible pero logramos congregar a una veintena de alumnos que nos reuníamos cada semana para debatir las ultimas noticias. Por fin tenía amigos.
En medio de esta situación, cayó una noticia que nos dejo petrificados: en la mayor parte de África y Oriente Próximo se levantó un movimiento popular contra la ONU. Desde que se instaurara el nuevo sistema, sus condiciones de vida no solo no habían mejorado, si no que en muchos casos ahora estaban más atados que antes a multinacionales sin escrúpulos.
La respuesta del mando central en New York no se hizo esperar. Tras unos primeros momentos de incertidumbre, el secretario general decidió enviar a las zonas sublevadas amplios destacamentos para el mantenimiento de la paz y la libertad, compuestos principalmente por fuerzas occidentales. A pesar de que se auguraba una rápida victoria del ejército de la ONU, los rebeldes, gracias sobre todo a su superioridad numérica y a un continuo y desconocido suministro de armas, consiguieron resistir.
De la zona de guerra nos llegaban numerosas informaciones, sobre todo gracias a Internet, de ciudades devastadas, torturas, miles de civiles asesinados arbitrariamente. La reacción ciudadana no tardo en surgir. Salimos a la calle para protestar contra la crueldad de los Unionistas. Al principio la administración ignoró estas protestas pero a las pocas semanas los gobiernos de todo el globo empezaron a reprimir las revueltas, la central argumentaba que estas manifestaciones ilegales atentaban contra el orden y la seguridad ciudadana y que eso no podía consentirse.
El día 6 de mayo, 5º aniversario de la entrada en vigor de la nueva constitución, se montó una gran protesta mundial que desembocó en un tumulto de grandes proporciones en los que la policía empezó a forzar a las masas. Hubo miles de muertos. Yo amanecí al día siguiente en un hospital cercano con una conmoción leve, la conmoción grave estaba a punto de recibirla. Allí sentado en una silla estaba un compañero de la PAJ: Alicia había recibido un disparo, no habían podido hacer nada.
A fuera el mundo libre se colapsaba, la protesta del 6 de mayo se recordaría como la última gran manifestación. Después de lo ocurrido, la gente no se atrevía a protestar. A mi todo me daba igual, mi mundo ya se había colapsado.
La guerra siguió, pero yo la seguía a distancia, a partir de entonces me centré en mis estudios y volví a ser esa persona solitaria que por un breve lapso de tiempo había dejado de existir.
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